domingo, 16 de octubre de 2011

He tenido un sueño

Por la mañana cuando sale el sol. Despierto solo recordando mi ilusión. Es difícil vivir de una manera vacía y conflictiva, triste y solitaria. Yo siempre imaginé vivir en una linda casa con un jardín gigantesco lleno de rosas o margaritas. Tener un par de hermosos hijos y verlos crecer, jugar, llorar que el tiempo transcurriera plácidamente. Besar a mi esposa y sonreír, mientras mi cabello se tornara de color blanco conforme el paso de los años. Disfrutar en compañía de la familia las fiestas de navidad y año nuevo, así como los cumpleaños. Brindar y charlar toda la noche, o soplar las velitas de un pastel y pedir un deseo.

Sé muy bien que deseo pedir si tuviera en este momento un pastel, pero no es tan sencillo como solo pedirlo o desearlo. Quisiera evitar sentirme mal, ya que no vale la pena hacer lo que me digan si al final me mataran. He sido un cobarde, pues solo escondo mis miedos para parecer fuerte ante Miguel, él cual, ha cambiado mucho su estado de ánimo. A pesar de que ya llevamos una semana en el campo de concentración y que Héctor regreso con nosotros. Simplemente Miguel no es el mismo que conocí hace unos meses atrás.

Héctor al contrario está furioso. No puedo culparlo conforme han pasado los días después del altercado. Su rabia hacia los soldados creció. Siendo está un estimulo para no quebrantarse. Puedo verlos haciendo sus tareas solo para no ser castigados con azotes o peor encerrados en un ataúd y enterrados vivos durante unas horas. Esto para que experimenten ansiedad, desesperación y al salir locura temporal.

Y lo sé porque tengo la desafortunada tarea de ser el cavador de tumbas. Hoy debo sepultar seis cadáveres, pues murieron de cansancio. Excepto uno, cuyo nombre era Òscar, o por lo menos así dice su credencial, quien fue estudiante de la UNAM. Ya es medio día y las piernas me tiemblan, la mirada se nubla y el sudor en mi frente es abundante. Un poco de agua es lo único que pido le repetía al soldado que me custodiaba, pero él solo giraba y me apuntaba con un rifle de asalto.

Harto del martirio y enojado tomé la pala y derribe a mi cruel opresor. Sin la suficiente fuerza para matarlo. Sé levantó rápidamente y apuntándome a la cabeza sin temor de apretar el gatillo, pues estaba dispuesto a maparme. Fue cuando pensé que era mi fin y que no volvería a ver a mi familia. De pronto una voz, fuerte y áspera, se escucho detrás de mí: “alto soldado no derrame sangre en vano, ni desperdicie munición. Retírese de inmediato”. Sentí un alivio fugaz, ya que había sido salvado cuando di media vuelta. Todo mi cuerpo se pasmo, mi garganta seca, mis manos temblaron y una lágrima broto. Aquel hombre era mi hermano César.



(Versión final)

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