(Séptima entrada, final)
Ha transcurrido una semana desde que me encontré con César, mi hermano. Aún no regresa de su viaje y me preocupa. Miguel se encuentra sepultado, pues lo castigaron por no realizar sus tareas. Esto debido a que los tres (Héctor, miguel y yo) decidimos turnarnos las sanciones para organizar y conseguir los recursos, que César nos pidió. De no hacerlo nunca podríamos escapar de esté infierno. Yo me encuentro nostálgico, ya que el tiempo transcurría y no se resolvía nuestro problema sobre la fuga.
Héctor comenzó a desesperarse, lo cual me alarma. No quiero que realice una locura, cómo tratar de escapar solo y que lo maten en el intento. Yo imagino que de no ser precavidos asesinen a uno de nosotros, pero el riesgo de morir pareciera no importarle a Héctor. Él posé una gran habilidad para robar sin ser capturado. Además es un trabajo muy fácil para él, según recuerdo en México se consideraba el ser ladrón, como un oficio o por lo menos en el centro de la ciudad de México: era muy común. Y Héctor había desempeñado distintas gestiones de asalto, las cuales fueron desde robar en el metro hasta la venta y piratería de autopartes.
Nos encontrábamos exhaustos de trabajar y de ser castigados, debido a que uno de nosotros (regularmente Héctor) tenía que robar los objetos de la lista negra, quien faltaba a sus tareas diarias y se provocaba continuos maltratos por los soldados. Yo que tenia la tarea de sepulturero ayudaba a mis amigos durante sus castigos, pues dejaba comida en el ataúd y una pequeña lámpara. Sin embrago cada día que transcurría nos acercábamos más a la muerte.
Durante mi estancia dentro del féretro el tiempo se hacía eterno. Al igual que mis amigos debía permanecer encerrado, pero aprovechaba para recapacitar y descansar. Al salir los soldados me condujeron a los dormitorios. Ahí se encontraba descansando Miguel, cuando los militares se retiraron. Él se acerco diciendo: “Tu hermano, César, no se ha puesto en contacto con nosotros, lo cual me preocupa. Ya pasaron tres semanas desde su despedida y nos encontramos en pésimas condiciones”.
No pude contestarle debido a que tenía razón: estábamos muriendo. La comida escasea y el agua es racionada abruptamente. Estas condiciones generan muertos; los muertos, pestes; las pestes, enfermedades. Nuestra vida ahora dependía del tiempo. Conforme este se agota nos aproximamos a la muerte, según parece nos encontramos contrarreloj. Solo espero que mi hermano, César, regrese pronto.
Héctor comenzó a desesperarse, lo cual me alarma. No quiero que realice una locura, cómo tratar de escapar solo y que lo maten en el intento. Yo imagino que de no ser precavidos asesinen a uno de nosotros, pero el riesgo de morir pareciera no importarle a Héctor. Él posé una gran habilidad para robar sin ser capturado. Además es un trabajo muy fácil para él, según recuerdo en México se consideraba el ser ladrón, como un oficio o por lo menos en el centro de la ciudad de México: era muy común. Y Héctor había desempeñado distintas gestiones de asalto, las cuales fueron desde robar en el metro hasta la venta y piratería de autopartes.
Nos encontrábamos exhaustos de trabajar y de ser castigados, debido a que uno de nosotros (regularmente Héctor) tenía que robar los objetos de la lista negra, quien faltaba a sus tareas diarias y se provocaba continuos maltratos por los soldados. Yo que tenia la tarea de sepulturero ayudaba a mis amigos durante sus castigos, pues dejaba comida en el ataúd y una pequeña lámpara. Sin embrago cada día que transcurría nos acercábamos más a la muerte.
Durante mi estancia dentro del féretro el tiempo se hacía eterno. Al igual que mis amigos debía permanecer encerrado, pero aprovechaba para recapacitar y descansar. Al salir los soldados me condujeron a los dormitorios. Ahí se encontraba descansando Miguel, cuando los militares se retiraron. Él se acerco diciendo: “Tu hermano, César, no se ha puesto en contacto con nosotros, lo cual me preocupa. Ya pasaron tres semanas desde su despedida y nos encontramos en pésimas condiciones”.
No pude contestarle debido a que tenía razón: estábamos muriendo. La comida escasea y el agua es racionada abruptamente. Estas condiciones generan muertos; los muertos, pestes; las pestes, enfermedades. Nuestra vida ahora dependía del tiempo. Conforme este se agota nos aproximamos a la muerte, según parece nos encontramos contrarreloj. Solo espero que mi hermano, César, regrese pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario