jueves, 3 de noviembre de 2011

Fé ciega

Como el día se convierte en noche, el amor en odio, la vida en muerte. El sentimiento en mí era  tan desagradable como una tormenta brutal en una noche, inmensamente oscura, de la cual no se puede escapar ¿Cómo se comprende la muerte de un hermano? No se puede, pues de hacerlo simplemente habría perdido mi juicio. Mire fijamente a César, mientras él contenía el llanto y colocaba la botella de tequila en la mesa.

César, necesito saber la razón de tu acción, pero no significa que la justifique. Me comprendes. Él con una mirada penetrante y con voz entrecortada dijo: “Todo ocurrió, cuando Diego y yo nos encontrábamos huyendo de un grupo pequeño de asesinos, ya que ambos trabajábamos de mensajeros para un dirigente importante. Lo que a menudo nos atraía la antipatía del pueblo, pero el sueldo y apoyo que conseguíamos era en ese momento de mayor importancia y decidimos solamente tener cuidado”. Se levantó de la silla, caminó hacia un escritorio y de él sacó una fotografía. La miró fijamente y continuó con su relato: “Diego que estaba harto de correr y esconderse se detuvo a esperar que llegaran los asesinos. Se rindió y ofreció al líder, un tal Jorge, las cartas que debíamos entregar ese día. Después accedió unirse a aquel grupo de rebeldes y fue así que nos dividimos. Él en un bando y yo en el otro, pero yo seguí brindándole ayuda y avisándole sobre redaras hacia su grupo, ya que entablé amistades con militares de alto nivel y me enteraba de sus próximas acciones”. Cerró los ojos, tomó su arma y la colocó sobre la mesa, mientras se volvía a sentar y proseguía con su historia.

“Pasaron tres meses y no cambio mucho la situación, pero me preocupaba que Diego me viera como un enemigo. Por lo tanto decidí unirme al grupo, según mis ideales debía renunciar, ya que mi patrón me había apoyado y quería agradecer. Me dirigí a su casa. Hablé con él, me despedí, lo abracé y salí del lugar en busca de Diego, pero al encontrarme a unos pasos fuera de la casa oí un disparo. Corrí de regreso, mientras un hombre enmascarado huía del lugar. Al llegar pude ver a aquel buen hombre muerto,  conforme me acerqué noté quien había realizado está injuria. Pertenecía al grupo de Diego, y me dije; que diferencia existe entre cada bando si ambos son asesinos”. Tranquilamente se sirvió nuevamente un tequila y me pregunto si quería comer. Yo un poco mareado no tanto por la cantidad de alcohol que hasta el momento había consumido sino que por el tiempo que llevaba sin comer y de trabajar sin descansar lo suficiente, asentí con la cabeza. Él se levantó y caminó hacía la cocina. No tardó mucho y trajo dos platos con chilaquiles. Sin ni siquiera esperar a que él se sentara y devoré el platillo. Él solamente sonrió, mientras suspiraba lentamente y nuevamente comenzó a narrar, donde se había detenido.

“Salí en dirección del refugio, donde solían encontrarse los hombres que pertenecían al grupo de asesinos. Al llegar Diego se encontraba en la puerta con órdenes de impedir que me acercara al lugar, pero ya era demasiado tarde, pues yo había informado a los militares de lo sucedido, los cuales decidieron acabar con todos y me siguieron hasta el lugar. Le dije a Diego que escapara, que yo entretendría su avance, pero él se negó a seguir huyendo, pues prefería morir a vivir una vida miserable. No lo veía como un valiente sino que tenía fe ciega en una lucha perdida. Nos despedimos llorando y me retire del lugar, donde pudiera presenciar el ataque. Poco después los militares rodearon el sitio y rápidamente entraron disparando contra todos conforme avanzaban los gritos de dolor eran más. Todo fue muy rápido que de manera casi inmediata se retiraron. Corrí en búsqueda de Diego, cuando lo encontré estaba mal herido me acerque para ayudarle, pero ya no podía hacer mucho por él. Me pidió que terminara con su agonía. Yo no quería me sentía culpable y él me perdono, pues no me veía como culpable de lo acontecido. Se despidió de mi, mientras yo llorando tomé un arma y disparé”. Al terminar de hablar mi hermano César lloraba intensamente. Yo me acerqué y lo abrasé para tranquilizarlo, y en ese momento tocaban a la puerta ¿Quién o quiénes podrían ser? ¿Qué pasaría conmigo ahora?

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